“La viña del Señor es la casa de Israel”

Así lo dijo el profeta a los habitantes de Jerusalén, a los hombres de Judá. Pero esas palabras se proclaman hoy para ti, Iglesia de Cristo, convocada en la eucaristía al encuentro con tu Señor: Tú eres la viña del Señor.

De Dios y de ti habla el canto de amor que vas a escuchar: “Mi amigo tenía una viña”, “la entrecavó” con palabras de sabiduría celestial, “la descantó” con signos y prodigios de misericordia, “y plantó buenas cepas”, nacidas todas del que es la Vid, y destinadas todas a dar, unidas a la Vid, el vino nuevo del reino de Dios.

El amor del viñador te ha llevado a Cristo Jesús, te ha plantado en la tierra buena que es Cristo Jesús, te ha comunicado la vida de Cristo Jesús. El amor de tu Dios te ha comunicado el Espíritu de Cristo, el buen olor de Cristo, la dulzura fuerte de Cristo.

Tu Dios se cubrió de barro para entrecavar su viña. Tu Dios hizo de piedra su rostro para descantar su viña. Tu Dios, desde lo alto de una cruz, atalaya noche y día las cepas de su viña.

Y, porque el vino de tu vida corriera dulce y fuerte, tu Dios “cavó un lagar”, te unió a la pasión de su Hijo, a la noche de su Hijo, al abandono de su Hijo, a la muerte de su Hijo, al destino de su Hijo, a la resurrección de su Hijo.

Ahora, Iglesia viña del Señor, escucha la amonestación del profeta, pues es hoy para nosotros lo que entonces se dijo a la casa de Israel, a los hombres de Judá: Esperó de ellos que lo recibieran y contra él levantaron vallas y cerraron fronteras; pidió amor a los enemigos y le han dado cosechas de odio a los hermanos; pidió compasión con los pobres y le dan culto a la economía, al lucro, al interés, al beneficio, al dinero; esperó de ellos derecho y le han dado indiferencia egoísta y legalidad opresiva; esperó de ellos justicia y por todas partes se oye el lamento de los abandonados al borde de la vida.

No quiero, Señor, engañarme a mí mismo con ofrendas que no te agradan y comuniones engañosas que no me unen a ti. No quiero, Señor, que caigan verdaderas sobre mí las palabras de tu sentencia: “Se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

Pues que tú nos elegiste, Señor, para dar fruto, no nos dejes caer en la tentación de la apropiación, líbranos de la seducción del Maligno, y haz que por nuestra vida corra abundante hacia los pobres el vino de la misericordia.