Nador: Navidad en la frontera

El período navideño es un tiempo muy especial para la pequeña comunidad cristiana de Nador (Marruecos), formada básicamente por las tres congregaciones religiosas que estamos presentes en la ciudad (jesuitas, Esclavas de la Inmaculada Niña e Hijas de la Caridad) y por varios laicos y laicas –sobre todo españoles– que viven y trabajan aquí, además de algunas personas migrantes, en su mayoría procedentes de África occidental, que comparten nuestra fe en Jesús.

            Creo que se podría decir que la primera característica de nuestra vivencia de la Navidad es la sencillez. En un país donde los cristianos somos una minoría exigua (menos del 1% de la población), el nacimiento de Cristo se celebra de una manera muy esencial, despojada de tantas adherencias como se le han ido añadiendo en otros lugares y que a veces, más que ayudar, dificultan nuestro acercamiento al misterio de la Navidad. «Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo –dice Pablo a los corintios– : él, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8,9). Sin la faramalla de luces y adornos, loterías y anuncios, cotillones y cabalgatas, resulta más fácil abrir el corazón al Dios que se nos da en la desnudez de Belén, enriqueciéndonos de una manera inaudita con su pobreza. El nacimiento que las hermanas preparan con tanto cariño en el presbiterio de la iglesia centra nuestra mirada en esos días, en los que podemos saborear con calma la belleza de la liturgia y la alegría del encuentro entre nosotros.

            Porque un segundo rasgo de nuestra experiencia navideña es la fraternidad. Los religiosos y religiosas de Nador formamos una comunidad muy unida, en la que compartimos penas y alegrías, trabajos y esperanzas. Durante las Navidades parece como si esa comunión fraterna se explicitara aún más, al disponer de más tranquilidad para estar juntos, celebrar, cantar, hacer fiesta y sentarnos a la mesa. La lejanía de nuestras familias y de nuestra cultura de procedencia hace que ese apoyo fraternal y sororal resulte especialmente valioso para nosotros, dando calidez y hondura a nuestro tiempo navideño.

            El diálogo interreligioso marca también, necesariamente, nuestra vivencia de la Navidad en un país como Marruecos. Las personas con las que compartimos la tarea cotidiana, tanto en la Delegación Diocesana de Migraciones como en el centro de formación Baraka o en la Dar-Heiria (casa de acogida para enfermos pobres), saben que se trata de una festividad importante para los cristianos y nos felicitan con cariño, pero a veces me pregunto qué es lo que llegan a captar de nuestra experiencia creyente. A nosotros no nos está permitido hablar explícitamente de Jesús con los musulmanes ni hacer nada que pudiera interpretarse como un intento de atraer a otros a la fe cristiana; nuestra acción evangelizadora se juega toda en el testimonio personal y comunitario. «Si tu lengua ha de callar, que sea un grito tu vida», dicen que decía san Agustín, que nació y pasó buena parte de su existencia en estas tierras norteafricanas. Ojalá a través de nuestra fraternidad, de nuestra acogida y de nuestro servicio desinteresado se transparente algo de la generosidad del Dios que se hizo humano para reconciliar consigo a todos los hombres y mujeres.

            Celebrar la Navidad en la Frontera Sur es también hacerlo en medio de una herida abierta y sangrante. En la Delegación de Migraciones escuchamos cada día las historias de personas que llegan de países lejanos, empujadas por el hambre, la violencia y la falta de futuro. Son historias duras, que nos hacen ver cómo la dignidad humana es ultrajada y pisoteada en tantos lugares de esta nuestra tierra, historias de sufrimiento y de muerte, pero también historias transidas de esperanza, de resiliencia y de confianza en el Dios de la vida y en las posibilidades del ser humano. La Navidad pone una luz en medio de tantas oscuridades.

            Normalmente las comunidades religiosas compartimos la cena de Nochebuena con las personas migrantes acogidas por un tiempo en la residencia de la Delegación a causa de su especial vulnerabilidad (mujeres embarazadas, madres recientes con sus bebés, personas enfermas o heridas…). Es un momento de encuentrofraterno, en torno a una mesa bien provista y a unos sencillos regalos: un gesto de solidaridad y de comunión en medio de nuestro mundo tan injusto y tan insolidario. Después de la cena, mientras los musulmanes se retiran a descansar, los cristianos nos dirigimos a la iglesia para la misa del gallo.

            Me gustaría concluir evocando otro pasaje paulino, que siempre me ha impresionado y que en este contexto de frontera, a pocos kilómetros de la valla de Melilla y junto al mar donde se ahogan los sueños de tantos hombres y mujeres en tránsito, cobra un sentido aún más fuerte: «Pero ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad […]. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Pues por él unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2,13-18). Que el Dios de la paz, que se hizo carne de nuestra carne para hermanarnos a todos, nos ayude a derribar muros de enemistad y a trabajar juntos por una humanidad más unida, más justa y más fraterna, secundando la acción de su Espíritu. Feliz Navidad desde la Frontera Sur.

José Luis Vázquez SJ

Artículo publicado en la revista Mensajero – https://revistamensajero.com

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