Un niño, una palabra, un pan, un pobre.
Quienes “hace cuarenta días celebramos, llenos de gozo, la fiesta del Nacimiento del Señor”, celebramos hoy su Presentación en el templo “para cumplir lo establecido en la ley de Moisés, pero sobre todo para encontrarse allí con el pueblo creyente”.
El misterio de salvación que, “cuando llegó el tiempo de la purificación de María”, se reveló en la presentación de Jesús al Dios de Israel, ese misterio lo revivimos quienes en la celebración litúrgica escuchamos con fe la palabra de Dios y comulgamos el Cuerpo de Cristo.
Considera lo que celebras, contempla lo que se te ofrece, goza de lo que recibes.
El profeta había dicho: “Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis”. El evangelista te lo mostró mientras entraba: Sus padres “llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor”. Y tú, bajo el velo del sacramento que celebras, en la palabra que escuchas, en el pan que comes, reconoces la presencia de tu Señor, del amado de tu alma, de aquel a quien buscas en tu noche como se busca la luz, como se busca la paz, como se busca la felicidad.
Clama con el salmista: “Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria”. Y advierte que estás clamando, no a las puertas del templo de Jerusalén, no a las puertas de un templo de piedra, sino a las puertas de tu propio corazón, para que, abiertas de par en par, dejen paso al que esperas, al que buscas, al que necesitas, al que amas, a tu Rey, a tu Dios.
“Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios”. Tú escuchas la palabra de Dios y, lo mismo que Simeón, bendices, porque en la palabra escuchada reconoces a tu Señor. Tú comulgas el Pan de la eucaristía, y bendices, porque en el sacramento has reconocido a tu salvador. Tú contemplas, te asombras, gozas y bendices, y haces tuyas las palabras del anciano Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador”.
En el templo de Jerusalén, un niño fue el sacramento en el que se manifestó la salvación que venía de Dios. En la celebración eucarística, para ti, ese sacramento es la palabra de Dios que acoges y el Cuerpo de Cristo que recibes. Y en todo tiempo y lugar, son los pobres un sacramento en el que nos visita la salvación que viene de Dios.
Feliz domingo.