Habéis escuchado la lectura del profeta y habéis oído un “¡ay!”, que resonó en vuestro interior como una amenaza para los que “se fían de Sión”, para los que “confían en el monte de Samaria”, para quienes hacen de la riqueza un dios al que entregarse, para quienes banquetean y no ven al hambriento, para quienes derrochan sin reparar en el que nada tiene, para todos los huéspedes del egoísmo, que han exiliado de la propia vida la justicia de la misericordia.
Habéis oído también una predicción: Los que ahora os acostáis, coméis, canturreáis, inventáis instrumentos, bebéis, os ungís ¡y no os doléis con el dolor del que sufre!, iréis al destierro, iréis a la cabeza de los cautivos.
Hemos oído un “¡ay!”, que es una predicción de lamentos, una amenaza, y, sin embargo, en nuestra asamblea, aclamamos diciendo: “Alaba, alma mía, al Señor”. La palabra amenaza ¡y nosotros alabamos!
El que alaba no es el que lleva una vida disoluta, sino aquel a quien auxilia el Dios de Jacob. Para el disoluto, la riqueza es su dios, y ¡banquetea! Para el creyente, Dios es su riqueza, y ¡alaba!
Deja en los labios de Lázaro, el mendigo las palabras de tu alabanza; allí se llenan de verdad, adquieren un sentido que sólo aquel mendigo les puede dar: “Alaba, alma mía, al Señor”.
Vuelve los ojos al mendigo Jesús, echado en el portal de la humanidad -los suyos no le recibieron-, cubierto de llagas -los suyos le hirieron-, sediento de mí y de ti –le ofrecimos vinagre-; vuelve los ojos al mendigo muerto y resucitado, muerto y glorificado, muerto y enaltecido hasta la derecha de Dios; vuelve los ojos a Cristo y escucha las palabras de su canto, acércate a la verdad de su poema: “Alaba, alma mía, al Señor. Él me hizo justicia, él me sació de pan, él me dio la libertad… “.
Si has escuchado el canto de Cristo resucitado, has escuchado las palabras de tu propio canto, ya que tú, que has muerto con Cristo, con él has sido sepultado, con él has resucitado, con él estás sentado a la derecha de Dios en el cielo.
Cristo dice con verdad: “El Señor me hizo justicia”, ¡y ésa es, Iglesia cuerpo de Cristo, la verdad de tu canto! Cristo dice con verdad: “El Señor me sació de pan”, y ¡ésa es, Iglesia esposa de Cristo, la verdad de tu confesión! Cristo dice con verdad: “El Señor me dio la libertad”, y ésa es la verdad de nuestra alabanza: ¡Su salmo es nuestro salmo, su verdad es nuestra verdad, porque somos de Cristo y estamos en él!
Porque eres de Cristo y vives en Cristo y mueres con Cristo, tú alabas al Señor; mientras el lamento se cierne sobre los que son de la riqueza y mueren en ella. Tú alabas al Señor, porque has conocido su amor, mientras el infierno se apodera de los que no aman.
Y ya que te has asomado al abismo del amor que Dios te tiene, imita ese amor, imita al que te hace justicia, al que quiso ser para ti pan y libertad.
UNA CELEBRACIÓN ESPECIAL: Hoy, en acción de gracias por la canonización de la Madre Teresa de Calcuta, celebraremos en la iglesia catedral una misa estacional. El corazón de esta comunidad eclesial aprende cada día a latir al ritmo del corazón de Jesús de Nazaret, al ritmo de la caridad que es Dios. Hoy nos fijamos en la Madre Teresa, y ya no queremos apartar de nuestra mente su imagen entrañable que a todos habla de amor a los que no cuentan, a los excluidos, a los olvidados, a los predilectos de Dios.
Feliz domingo.