Escucha el canto del Salmista:
“La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandados del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos”.
Tu salmo –es tuyo y es de la comunidad con la que salmodias- es un canto de amor a la palabra del Señor, a la humilde mensajera de su voluntad, al testigo sonoro de que él está cerca de sus fieles. Tu salmo es un canto de amor a la palabra que te revela quién es tu Dios, qué ha hecho por ti, y revela al mismo tiempo quién eres tú para tu Dios, qué espera de ti el que te ama, de quién es tu corazón, a quién has dado tu vida.
Aquel día, “cuando el sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la asamblea, al escuchar las palabras de la ley, el pueblo entero lloraba”.
Si el canto del salmista nace del asombro de la fe ante la grandeza de las obras de Dios y de su amor, el llanto lo acompaña necesariamente, pues nace del asombro ante la insensatez de la infidelidad, del olvido de Dios, de la sordera para escuchar la palabra que salva.
Me pregunto por mi llanto y por mi canto. Ahora, cuando en la historia ha irrumpido la plenitud de los tiempos, me pregunto por la palabra del libro sagrado, y sobre todo me pregunto por Cristo Jesús, profecía hecha evangelio, palabra cumplida, Palabra de Dios hecha carne. ¿Dónde está mi canto por este don de Dios, que significa un amor sin medida? ¿Dónde está mi llanto por el amor que no he dado, por el Amor que no es amado?
¿Dónde está el canto de este ciego visitado por la luz?, ¿dónde el de este oprimido alcanzado por la libertad?, ¿dónde el del pecador justificado por la gracia?, ¿dónde el llanto de este pecador que no volvió para agradecer la justificación, la libertad y la luz?, ¿dónde el llanto de quien se olvidó del Mesías Jesús, que es nuestra justificación, nuestra libertad, nuestra luz?
Si esperas la palabra, esperas a Cristo. Si esperas en la palabra, esperas en Cristo. Si guardas la palabra en el corazón, allí llevarás guardado a Cristo. Si la escuchas, obedecerás a Cristo. Si la meditas, te hablará de Cristo. Si la predicas, anunciarás a Cristo. si la amas, amarás a Cristo, y nunca faltará en tu vida el canto por lo que recibes y el llanto por lo que quieres dar, y no sabes o no puedes.
Para nuestro asombro, el apóstol desvela otro misterio: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo ,y cada uno es un miembro”.
Si somos el cuerpo de Cristo, llevando a Cristo en el corazón, guardando allí su palabra, nos amamos de verdad a nosotros mismos.
Si somos el cuerpo de Cristo, también somos hijos en Cristo, amados en Cristo, ungidos en Cristo, enviados por su Espíritu a anunciar el evangelio a los pobres.
Si somos el cuerpo de Cristo, somos en esta hora del mundo la voz con que él habla, el corazón con que él ama, las manos con que él trabaja, cura, acaricia y bendice.
Si somos el cuerpo de Cristo, no faltará el canto por lo que somos, no faltará el llanto por lo que no llegamos a ser.
Feliz domingo, Iglesia amada del Señor, Iglesia cuerpo de Cristo.